Durante estas clases, hemos aprendido a colocar los
pies para movernos de forma fluida, intentando adoptar posiciones que nos
permitieran atacar y defendernos. Aunque todas las técnicas se ejecutan a una
velocidad de vértigo, el kendo tiene unas formas elegantes y unos movimientos
precisos y delicados. Que esto no os lleve a engaño, el kendo exige mucho
esfuerzo físico, y la mayor parte de nosotros acabamos las clases con la lengua
fuera.
Tan sólo ver cómo se colocan la armadura es
impresionante. Implica toda una serie de pasos, que se ejecutan casi como un
ritual que nos permite atisbar cómo podría ser la preparación para la batalla
de los antiguos guerreros samurais del Japón feudal.
En todo momento se aprecia la cultura subyacente, en
la que se demuestra el concepto del honor, el compañerismo, el respeto y el
esfuerzo personal que hay detrás de cada entrenamiento.
En definitiva, toda una experiencia sumamente
enriquecedora, que sin lugar a duda recomiendo a todos aquellos que busquen no
solamente una actividad física potente, sino también una forma de
desestresarse, aprender de una cultura interesantísima, y por qué no, conocer
gente fantástica.
Sin duda el Kendo es una experiencia para repetir.
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